domingo, 19 de abril de 2020

CARTA PASTORAL DE S.E. EL CARDENAL LUCIAN POR LA SANTA FIESTA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR 2020


Al estimado clero concelebrante,
A los piadosos monjes y monjas,
A los queridos fieles greco-católicos
Y a todos los cristianos que aman a Dios

Queridos fieles:

La noche pasada oímos todos la llamada de la Iglesia, la llamada de Dios: “Venid a recibir la luz”. En la tiniebla, en la oscuridad, ha resonado en nuestras iglesias y capillas esta llamada misteriosa en la que se sintetiza no solo la vida del cristiano, sino la misma existencia de cada ser humano, sobre todo en los tiempos de inquietud en que vivimos. A menudo nuestra vida parece estar revestida de tinieblas, de noticias a cada cual más catastrófica, de escenarios apocalípticos que nos asustan y que no hacen más que recordarnos el hecho de que somos polvo y que nuestra vida y salvación dependen completamente de circunstancias y de situaciones que no podemos controlar del todo. Pero esto también nos coloca en el sitio justo ante Dios: “Ten misericordia de mí, pecador”, o, como repetimos siempre en la Divina Liturgia: “Señor, ten piedad”. Puesto que nosotros, los cristianos, sabemos que todo lo que nos ocurre tiene lugar o con el permiso o por la  voluntad de Dios.

La Pascua empieza con un sepulcro, con una búsqueda, con una voz de ángel. Con tres personajes que tienen tres perspectivas diferentes, tres actitudes en las que nos reconocemos todos. La primera es María Magdalena, que nos enseña cómo tenemos que amar: llena de afecto ante el que la ha salvado, corre al sepulcro para rendirle un último homenaje. Encuentra el sepulcro vacío, y corre para contárselo a los discípulos. Dos de ellos, entre ellos Pedro, corren hacia el sepulcro. Pedro entra primero y ve el sepulcro vacío y las mortajas enrolladas. Casi le sorprende que el cuerpo del difunto no esté allí. El otro, Juan, “vio y creyó” (Jn 20,8).

Queridos hermanos en Cristo,

¿Qué podemos aprender hoy nosotros, cristianos greco-católicos, de la manera en que estos tres personajes se relacionan con el hecho de la Resurrección? También nosotros a menudo nos sentimos desanimados cuando vemos los sepulcros vacíos. Vivimos insatisfechos porque somos excluidos y marginados en una cultura y en una sociedad que no nos hace caso. Ya no nos sentimos identificados con la Iglesia y con el mundo de hoy, que quisiéramos se adaptara a nuestros caprichos y a nuestras “dioptrías”. Estamos convencidos, como María Magdalena, de que alguien nos ha robado el objeto y la fuente de nuestra alegría y de nuestra esperanza, y buscamos siempre al culpable. Tampoco nosotros sabemos “dónde lo han puesto”. O somos como Pedro: corremos incrédulos, demasiado apegados a nuestra propia seguridad, miramos el sepulcro vacío, las mortajas enrolladas, y parece que no nos viene la fe. En cambio, el discípulo amado es el único que ofrece una interpretación a la ausencia del cadáver. Él ve y cree. ¿Qué cree? Antes de creer, recuerda que “Jesús tenía que resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9. Este recuerdo de la Palabra del Maestro lo hace creer.

A menudo vamos también nosotros a pesquisar el sepulcro de una Iglesia asesinada, enterrada y sellada con una gran losa para que nadie pueda entrar. Y podemos tener también nosotros tres actitudes: “Sí, amé a esta Iglesia, pero ahora ha muerto, ha sido robada y no sabemos dónde encontrarla”. O contemplamos sorprendidos los signos de la ausencia de su gloria de antaño, motivo por el cual nos volvemos incrédulos, somos excesivamente prudentes, nos preguntamos: “¿Tiene que ser así?”. O, por el contrario, como el discípulo amado, Juan, podemos ver las señales de la pasión y del entierro y recordar la Palabra que se nos dijo: “El tercer día resucitaré”. Creemos que la Iglesia de Cristo, si es su verdadera Novia, nunca será abandonada por el Novio. Creemos que en la boda del Esposo vamos a ser llamados para iluminar el camino con velas encendidas. Hemos vivido este hecho, de modo simbólico, hace algunos meses, cuando por primera vez un Papa pisó el suelo de Blaj y reconoció el sacrificio sellado con la sangre de nuestros mártires, declarando ante el mundo entero: “Aquí, en Blaj, tierra de martirio, de libertad y de misericordia, os rindo mi homenaje a vosotros, hijos de la Iglesia Greco-Católica, que desde hace tres siglos dais testimonio, con ardor apostólico, de vuestra fe”.

Cristo está presente hoy en nuestro mundo, en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras familias y en nuestros hogares, exactamente igual que hace dos milenios en la casa de Zaqueo, en Betania o en Emaús. En medio de la incertidumbre y el temor por nuestra salud y nuestra vida, un ángel nos habla también a nosotros hoy, y nos dice una Palabra, esa que solo Dios puede transmitirnos: “¡Ha resucitado!” (Lc 24,6). La Palabra de Dios transmitida por los ángeles nos dice que Él no va a abandonar a su pueblo en el momento de la prueba; Él, que mediante su Sangre encadenó al enemigo antiguo.

Queridos fieles:

Solo entrando nosotros también en la luz de la Resurrección podremos llevar a nuestras familias y al mundo en que vivimos esperanza y alegría. Puesto que, como dice el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica ‘Christus vivit’, 32: “Jesús ha resucitado y quiere hacernos partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido y de un universo que ‘gime con dolores de parto’ (Rm 8,22) y espera ser revestido de Su vida y de  Su luz”.

Junto con el Obispo de la Curia del Arzobispado Mayor, Mons. Claudiu, y Mons. Cristian Crișan, Obispo auxiliar electo, ¡os deseamos a todos unas bendecidas fiestas pascuales!

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!