Para anunciar a Adán que he visto a Dios hecho niño
"El cuadragésimo día después de la Epifanía es celebrado verdaderamente aquí con gran solemnidad". Así la peregrina Egeria, en la segunda mitad del siglo IV, nos da testimonio de la celebración en Jerusalén, en la basílica de la Resurrección, de la Fiesta del Encuentro del Señor, con la proclamación del evangelio de Lucas (2, 22-40). La fiesta del 2 de febrero es una de las Doce Grandes Fiestas del año litúrgico, y así la considera Egeria parangonándola casi a la Pascua. Entre los siglos V y VI es celebrada en Alejandría, Antioquía y Constantinopla y, a finales del siglo VII es introducida en Roma por un Papa de origen oriental, Sergio I, que introducirá también la fiesta de la Natividad de María (8 septiembre), de la Anunciación (25 marzo) y de la Dormición de la Madre de Dios (15 agosto).
Con el título de "encuentro" (hypapànte) la Iglesia bizantina en esta fiesta quiere sobre todo subrayar el encuentro de Jesús con el anciano Simeón, es decir, el Hombre nuevo con el hombre viejo, y el cumplimiento de la espera de todo el pueblo de Israel representado por Simeón y Ana. La fiesta tiene un día de "pre-fiesta" y una octava. El Oficio del día, muy rico desde el punto de vista cristológico, subraya el misterio del encuentro del Verbo de Dios encarnado con el hombre, "el nuevo niño", "el Dios antes de todos los siglos" -como lo cantamos en Navidad- sale al encuentro del hombre. Uno de los troparios de vísperas ha entrado también como canto de ofertorio de la liturgia romana: "Adorna tu tálamo, oh Sión, y acoge al Cristo Rey; abraza a María, la celeste puerta, porque Ella ha llegado a ser el trono de los querubines, Ella porta al Rey de la gloria; es una nube de luz la Virgen porque lleva en sí, en la carne, el Hijo que existe antes de la estrella de la mañana".
En los textos del Oficio nos viene ofrecida una colección de imágenes bíblicas aplicadas a la Madre de Dios con un sustrato claramente cristológico. Resultan típicas y bellísimas confesiones cristológicas en un constante juego de contrastes: "Aquél que portan los querubines y cantan los serafines" he aquí "en los brazos de María" y "en las manos del santo anciano". Y Simeón, "portando la Vida, pide ser liberado de la vida", con una referencia conclusiva directamente pascual: "Deja que me vaya en paz, oh Soberano, para anunciar a Adán que he visto al Dios que existía antes de todos los siglos hecho niño".
El Oficio de Vísperas prevee también tres lecturas veterotestamentarias. La primera está tomada de los libros del Éxodo (13) y del Levítico (12), con la presentación y consagración a Dios de los primogénitos unida a la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo el cuadragésimo día después de su nacimiento. Las otras lecturas están sacadas del profeta Isaías (6 e 12), con el tema de la santidad de Dios y de su salvación portada al hombre.
El mismo icono de la fiesta se funda en los textos del Éxodo, con la presentación de los primogénitos, y sobretodo en el evangelio de Lucas con el encuentro del Niño con Simeón. El icono pone de relieve particularmente el encuentro de Dios con el hombreinsistiendo de nuevo en el misterio de la Encarnación. La distribución iconográfica es muy clara: Jesús niño en el centro, a los lados, más cerca, María e Simeón, y José y Ana. Al fondo el altar y el baldaquino que lo cubre, reflejando la disposición típica del altar cristiano: baldaquino, altar y sobre éste el evangeliario.
Se necesita todavía subrayar la semejanza entre Simeón y Ana, por disposiciones y características iconográficas, y Adán y Eva en el icono pascual del descenso de Cristo a los infiernos: con la misma expresión Simeón y Adán, y Ana y Eva se vuelven hacia Cristo, en los dos iconos. En el del 2 de febrero es Simeón el que se inclina para acoger y abrazar a Cristo; en el de la Pascua es Cristo el que se inclina para acoger y abrazar a Adán. El icono de la fiesta del encuentro se convierte en preanuncio de otro gran encuentro: cuando el Hombre nuevo, Cristo, desciende al Hades para rescatar al hombre viejo, Adán.
La fiesta del 2 de febrero es, por tanto, una fiesta con un carácter fuertemente pascual, y es un anuncio evidente de la resurrección . "Gózate, Madre de Dios, Virgen llena de gracia: de Tí, en efecto, ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, que ilumina a los que están en las tinieblas. Gózate también Tú, oh anciano justo, acogiendo entre los brazos al liberador de nuestras almas que nos da también la resurrección". En este tropario de la fiesta, que concluye con la frase "nos da también la resurrección", resuenan los versos conclusivos del tropario pascual, que dice: "y a aquellos que están en los sepulcros les ha dado el don de la vida". Así la fiesta del Encuentro de Jesús niño con el anciano Simeón es la fiesta del Encuentro de Dios, por medio de la Encarnación del Hijo, con la humanidad, con cada hombre. Encuentro que tiene lugar en el Templo, es decir en la vida eclesial de cada cristiano, de cada uno de nosotros.
Mons. Manuel Nin
Traducción del original italiano: P. Salvador Aguilera
Aspectos históricos
La fiesta del 2 de febrero se celebra desde muy antiguo: el primer testimonio que tenemos es ya del siglo IV, en Jerusalén (por supuesto, nada impide que sea aun anterior). El «Itinerarium Egeriae» (la peregrinación de la monja hispana Egeria a los lugares santos, hacia el 384) nos dice, en su capítulo XXVI:
«A los cuarenta días de la Epifanía se celebra aquí una gran solemnidad. Ese día se hace procesión en la Anástasis, todos marchan y actúan con sumo regocijo, como si fuera pascua. Predican también todos los presbíteros y el obispo, siempre sobre lo que trata el evangelio de la fiesta, de cuando a los cuarenta días José y María llevaron al templo al Señor, y lo vieron Simeón y la profetisa Ana, hija de Fanuel, de las palabras que dijeron, al ver al Señor, o de la ofrenda que hicieron sus padres. Así se realiza todo por su orden y según costumbre, se hace la ofrenda y así finaliza la misa.»
La «Anástasis» era la sección del templo de Constantino en Jerusalén, que quedaba sobre el lugar donde se había producido la resurrección (anástasis) del Señor. Notemos que la fiesta es "40 días después de Epifanía", es decir, hacia el 24 de febrero, porque aun no era práctica en Oriente celebrar la Navidad el 25 de diciembre, costumbre que recién comenzaba en Occidente, y que llegará a Oriente hacia el siglo VI.
Para el siglo VI la celebración se hacía ya el 2 de febrero también en Oriente, sin que disminuyera la gran solemnidad que ya nos comentaba Egeria, puesto que el propio emperador Justiniano (que gobernó entre el 527 y el 565) decreta ese día como festivo para todo el imperio de Oriente.
Egeria no dice cómo se llama esa celebración que se hace "con sumo regocijo, como si fuera Pascua", pero su contenido lo podemos deducir de lo que trataban las predicaciones de los presbíteros: de la subida al templo, del encuentro con Simeón y Ana, de la ofrenda... es decir, lo que corresponde a la narración de Lucas 2,22-39, se trata sin duda de lo mismo que conmemoramos hoy.
Sin embargo, ese texto evangélico es muy amplio y complejo, y cada época, y hasta variando con los lugares, ha hecho un énfasis distinto en lo que se quiere significar con la celebración. Así, en Oriente se celebra más bien el encuentro de Jesús con el Padre a través de las palabras proféticas de Simeón, y la fiesta recibe el nombre de "hypapantí", que significa "encuentro".
El papa de Roma Sergio I (687-701) instituye en esta fecha la procesión de candelas desde la iglesia de San Adrián hasta Santa María la Mayor; las candelas se pusieron en relación con la frase de Simeón «luz para alumbrar a las naciones», sin embargo, la procesión era penitencial, y no se corresponde muy bien con el sentido de ese texto, lo que hace pensar en la amalgama de alguna procesión o celebración preexistente.
San Beda, que fue contemporáneo, nos dice que esta celebración de las candelas reemplazaba a las Lupercalias romanas (una fiesta pagana por la fecundidad); sin embargo tal reemplazo se había producido ya dos siglos antes, a mediados del IV, por obra del papa Gelasio, y ocurría el 14 de febrero, fiesta del mártir san Valentín (que por ello queda asociado a las parejas de enamorados). Quizás la noticia de Beda significa que el 2 de febrero sustituye al 14 como procesión de candelas, y por tanto tiene su remoto origen en la fiesta pagana de las Lupercalias, que no se celebraban ya.
Lo cierto es que en Occidente el nombre de la fiesta fue doble: uno popular en alusión a la procesión con velas, "Candelaria", y otro el nombre litúrgico, "Purificación de la Virgen María"; a su vez "Candelaria" -que en principio sólo indicaba que en esta celebración tenían un papel destacado las velas- devino, con el tiempo, una advocación de la Virgen: Nuestra Señora de las Candelas, o de la Candelaria.
Con esto se perdió para la iglesia latina uno de los sentidos de la celebración, el más cristológico, centrado en el Hijo, más que en la Madre. La reforma litúrgica del Vaticano II quiso volver a centrar la fiesta en su aspecto cristológico, y le puso el nombre de «Presentación del Señor», relacionándola, a través de la explicación de la fiesta que hace el Martirologio, con la fiesta de Hypapante de la liturgia griega, poniendo explícitamente por encima de todo la proclamación de la profecía de Simeón, antes incluso que el "cumplimiento total de la ley", que es otro de los aspectos de esta fiesta.
LECTURAS
En Vísperas
Éx 12,51;13,1-2,3,10,11-12,14-16;22,28;Lev 12,2,3,4,6,8;Núm 8,16,17: Aquel mismo día, el Señor sacó de la tierra de Egipto a los hijos de Israel, por escuadrones. El Señor dijo a Moisés: «Conságrame todo primogénito; todo primer parto entre los hijos de Israel». Moisés dijo al pueblo: «Recuerda este día en que salisteis de Egipto, de la casa de esclavitud, pues con mano fuerte os sacó el Señor de aquí. Observarás este mandato. Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a tus padres, y te la haya entregado, consagrarás al Señor todos los primogénitos, si es macho. Y cuando el día de mañana tu hijo te pregunte: “¿Qué significa esto?”, le responderás: “Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de esclavitud. Como el faraón se había obstinado en no dejarnos salir, el Señor dio muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del hombre al del ganado. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho del ganado. Pero a los primogénitos de los hombres los rescato”. Esto será como señal sobre tu brazo y signo en la frente. Me darás el primogénito de tus hijos. Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, el octavo día será circuncidado el niño; y ella permanecerá treinta y tres días más sin entrar en el Santuario hasta terminar los días de su purificación. Al cumplirse los días de su purificación, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio expiatorio. Si no le alcanza para ofrecer una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, y el sacerdote hará por ella el rito de expiación, porque son donados a mí, de parte de los hijos de Israel, en lugar de todos los primogénitos, tanto de hombres como de ganados: me los consagré el día que di muerte a todos los primogénitos egipcios».
Is 6,1-12: El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!». Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo». Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame». Él me dijo: «Ve y di a esta gente: “Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis, no comprenderéis”. Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane». Pregunté: «¿Hasta cuándo, Señor?». Me respondió: «Hasta que las ciudades queden devastadas y despobladas, las casas sin gente, los campos yermos. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país».
Is 19,1,3,4,5,12,16,19-21: Oráculo contra Egipto. El Señor cabalga sobre una nube ligera, entra en Egipto. Vacilan ante él los ídolos de Egipto, y la audacia de Egipto se disuelve en su pecho. El valor de Egipto se desvanecerá, haré vanos su planes. Entregaré Egipto al poder de duros señores —oráculo del Señor, Dios del universo—. Se secarán las aguas del mar, el río quedará seco y árido. ¿Dónde están tus sabios? Que te anuncien, si lo saben, lo que ha decidido el Señor del universo contra Egipto. Aquel día los egipcios serán como mujeres, se asustarán y temblarán ante un gesto de la mano del Señor del universo, que él agita contra ellos. Aquel día habrá un altar del Señor en medio de Egipto y una estela junto a su frontera dedicada al Señor. Será signo y testimonio del Señor del universo en tierra egipcia. Si claman al Señor contra el opresor, él les enviará un salvador y defensor que los libere. El Señor se manifestará a Egipto, y Egipto reconocerá al Señor aquel día. Le ofrecerán sacrificios y ofrendas, harán votos al Señor y los cumplirán.
En Maitines
Lc 2,25-32: En aquel tiempo, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
En la Liturgia
Heb 7,7-17: Hermanos, está fuera de discusión que el mayor bendice al menor. Y aquí los que cobran el diezmo son hombres que mueren, mientras que allí fue uno de quien se declara que vive. Por así decirlo, también Leví, que es quien cobra el diezmo, lo pagó en la persona de Abrahán, pues aquel estaba ya presente en su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro. Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico —pues el pueblo había recibido una ley respecto al mismo—, ¿qué falta hacía que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de Aarón?Porque cambiar el sacerdocio implica forzosamente cambiar la ley; y aquel de quien habla el texto pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha oficiado en el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor procede de Judá, una tribu de la que nunca habló Moisés tratando del sacerdocio. Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.
Lc 2,22-40: En aquel tiempo, sus padres llevaron al niño Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Fuente: www.lexorandies.blogspot.it / eltestigofiel.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española