Preafericitul Părinte Cardinal Lucian îndeamnă la rugăciune și la post pentru pace


Preasfințiile Voastre,

Cucernici Părinți,

Cuvioși călugări și călugărițe,

Iubiți credincioși,

Privim cu îngrijorare cum războaiele și confruntările armate continuă să zguduie lumea de astăzi, aducând suferință în Țara Sfântă, în Ucraina și în multe alte regiuni unde darul păcii este grav pus în pericol.


La Audiența Generală din ziua de miercuri, 20 august 2025, Sfântul Părinte Papa Leon al XIV-lea a adresat din nou un stăruitor apel la pace, invitându-i pe credincioși prin mijlocirea Preasfintei Fecioare Maria să se unească în rugăciune și post, „implorându-L pe Domnul să ne dăruiască pace și dreptate și să șteargă lacrimile celor care suferă din cauza conflictelor armate”.


În comuniune cu întreaga Biserică Catolică, binecuvântăm organizarea zilei de rugăciune și de post în data de vineri 22 august 2022 în întreaga noastră Biserică Română Unită cu Roma, Greco-Catolică, cerând de la Domnul Puterilor Cerești încetarea războaielor și darul unei păci trainice pentru omenire.


În acest sens, Papa Leon al XIV-lea în cadrul Actului comemorativ dedicat Cardinalului Iuliu Hossu, care a avut loc pe 2 iunie 2025 în Capela Sixtină, a afirmat: „exemplul Cardinalului Iuliu Hossu (…) să fie o lumină pentru lumea de astăzi: să spunem «nu» violenței, oricărei violențe, cu atât mai mult celei săvârșite împotriva celor neputincioși și lipsiți de apărare, precum copiii și familiile!”


„Pacea lui Cristos, la care ați fost chemați ca să alcătuiți un singur trup, să stăpânească în inimile voastre și fiți recunoscători” (Col 3, 15).


Cu arhierești binecuvântări,


✠ Cardinal Lucian
Arhiepiscop Major al Bisericii Române Unite cu Roma, Greco-Catolică

15/08 - Dormición de la Santísima Madre de Dios y Siempre Virgen María


Después de la ascensión del Señor, la Madre de Dios permaneció bajo el cuidado del apóstol y evangelista Juan, y durante los viajes de este ella solía quedarse en la casa de sus allegados cerca del Monte de los Olivos. Su función en la primitiva iglesia fue ser fuente de consolación y de edificación tanto para los apóstoles como para los creyentes. 


Durante la persecución que inició el rey Herodes en contra de la joven Iglesia de Cristo (Hechos 12:1-3), la Madre de Dios y el Apóstol Juan se dirigieron a la ciudad de Éfeso en el año 43. También viajó a Chipre para estar con San Lázaro, el resucitado por el Señor, donde este era obispo, como también estuvo en el Monte Athos. San Esteban de la Santa Montaña dice que la Madre de Dios proféticamente dijo: “Dejad que este lugar sea entregado a mi hijo y Dios. Yo protegeré este lugar e intercederé ante Dios por él”.


De acuerdo a la Santa Tradición, basada en las palabras de los mártires Dionisios el Areopagita (3 de octubre) e Ignacio el revestido de Dios (20 de diciembre) San Ambrosio de Milán (7 de diciembre) tuvo la oportunidad de escribir en su obra “Sobre las vírgenes” que la Madre de Dios “era virgen no solo de cuerpo, sino también de alma, humilde de corazón, de pocas palabras, sabia en su mente, trabajadora y prudente. Su regla de vida era la de no ofender a nadie sino hacer el bien a todos”.


Las circunstancias en que sucedió la dormición de la Madre de Dios se conocieron en la Iglesia desde tiempos apostólicos. Ya en el primer siglo de la cristiandad, San Dionisio el Areopagita escribió sobre su “dormición”. En el siglo II, la historia de que su cuerpo subió a los cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de Sardis. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición sobre la “dormición” de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, le dice a la Emperatriz Bizantina Pulqueria: “pese a que no existen datos sobre su muerte en las sagradas Escrituras, sabemos sobre todo esto de  la más antigua y creíble tradición”.  Dicha tradición fue expuesta en la historia de la Iglesia de Nicéforos Callistos durante el siglo XIV.


En el momento de su dormición, la Madre de Dios estaba de regreso en Jerusalén. Día y noche perseveraba en la oración e iba con frecuencia al Santo Sepulcro. En una de esas visitas, el Arcángel Gabriel apareció ante ella y le anunció que pronto dejaría esta vida. Así es que ella decidió visitar por última vez Belén llevando consigo las tres jóvenes que la atendían (Séfora, Abigail y Jael). Antes de esto le anunció a José de Arimatea y a otros discípulos que pronto partiría de este mundo.


En su oración, la Madre de Dios pidió que el Apóstol Juan  viniera a verla por última vez. El Espíritu Santo lo trajo desde Éfeso. Después de la oración, María ofreció incienso y Juan escuchó una voz del cielo que concluía la oración de la Virgen y que decía “amén”. La Madre de Dios interpretó que la voz significaba que pronto los apóstoles y los discípulos llegarían hasta el lugar en el que ella se encontraba.


Los creyentes, reunidos en gran número a su alrededor, dice San Juan Damasceno, escucharon las últimas palabras de la Madre de Dios.  Ninguno sabía la razón de encontrarse presentes en este lugar hasta que San Juan se acercó a ellos, con lágrimas, y explicándoles que el Señor había decidido juntarlos a todos nuevamente para la dormición de la Madre de Dios.


También apareció entre los presentes el apóstol Pablo con sus discípulos Dionisio el Areopagita, Hieroteos y San Timoteo y algunos de los setenta.


A la tercera hora del día (9 de la mañana) la dormición de la Madre de Dios se llevó a cabo. Los apóstoles se acercaron a su lecho y ofrecieron alabanzas a Dios. De repente, la luz de la divina Gloria resplandeció enfrente de ellos. El mismo Cristo apareció rodeado de ángeles y profetas.


Viendo a su Hijo, la Virgen María exclamó “mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador por que ha visto la humildad de su esclava” (Lc 1:46). Así entregó su alma a su Hijo y Dios; milagrosa fue la vida de la Purísima Virgen y maravillosa su dormición.


A partir de ese momento comenzaron a preparar el entierro de su cuerpo purísimo. Los apóstoles fueron los encargados de llevar su féretro sobre sus hombros. Esta procesión se realizó por toda Jerusalén hasta llegar al jardín del Getsemaní.


Un sacerdote judío de aquella ciudad llamado Efonio, lleno de odio, quiso tirar el féretro que transportaba el cuerpo de la Purísima Madre de Dios. El Arcángel Miguel cortó sus manos. Viendo esto se arrepintió y confesó la majestad de la Madre de Dios y así comenzó a ser un ferviente seguidor de Cristo.


Cuando la procesión llegó al jardín del Getsemaní, los apóstoles y los discípulos comenzaron a dar el último adiós a la Virgen María. Recién a medianoche lograron depositar el cuerpo dentro del sepulcro y sellar la entrada con una gran piedra.


Por tres días no se fueron de ese lugar, orando y cantando salmos. Por la providencia de Dios, el apóstol Tomás no estuvo presente en el funeral. Llegando el tercer día a Getsemaní se acercó a la tumba y allí lloró preguntándose por qué no se le había  permitido a él presenciar la partida de la Madre de Dios. Los apóstoles decidieron abrir la tumba para que Tomás pudiera dar su último adiós. Cuando abrieron el sepulcro, solo encontraron sus lienzos y entendieron que su cuerpo también había sido recibido en los cielos por Nuestro Señor.


La tarde del mismo día, estando los apóstoles reunidos en una casa para poder comer, la Madre de Dios se les apareció y les dijo: “Regocíjense, estaré con ustedes todos los días de sus vidas”. Ellos exclamaron “Santísima Madre de Dios, sálvanos” iniciando esta exclamación que acompañará a la Iglesia eternamente.


Esta fiesta que celebramos todos los 15 de agosto es celebrada con mucha reverencia y especial solemnidad en el Getsemaní, el lugar de su entierro.


Una tumba que se convierte en escala para el cielo


Todas las liturgias de las Iglesias cristianas tienen un sentido pedagógico- o, mejor, mistagógico - muy claro. Este aspecto está subrayado claramente en las liturgias del Oriente cristiano: para los creyentes la liturgia es un maestro que instruye sobre la verdad de la fe.


De modo particular esta mistagogía/catequesis de la liturgia la encontramos en las celebraciones de la Madre de Dios, aquella que acogió en su vientre al Verbo eterno de Dios. La presencia de María articula los diversos momentos del año litúrgico de las Iglesias de tradición bizantina: la primera gran fiesta del ciclo litúrgico es la del 8 de septiembre, es decir, la Natividad de la Madre de Dios, y se cierra con la fiesta del 15 de Agosto, su Dormición. Todo el misterio de Cristo que se celebra a lo largo del año litúrgico comienza con la Natividad de María y se cierra con su tránsito y su plena glorificación.


El amor y la veneración por la Madre de Dios es el alma de la piedad de los Iglesias cristianas de Oriente y el corazón que vivifica la comunidad cristiana. El Oriente cristiano, desde sus comienzos, siempre ha contemplado a la Virgen inseparablemente insertada en el misterio del Verbo encarnado. Las Iglesias de Oriente, dirigiéndose a la Madre de Dios, saben que se dirigen a Aquella que intercede ante su Hijo.


La fiesta del 15 de agosto, que en los libros litúrgicos bizantinos lleva el título de "Dormición" de la Madre de Dios, celebra su tránsito y su plena glorificación encuadrándolos en el misterio pascual de Cristo, y es también una de las fiestas más populares entre los fieles. De hecho, es precedida por la llamada "pequeña cuaresma de la Madre de Dios", periodo de oración y de ayuno que comienza el uno de agosto; en estas dos semanas, mientras se llega al día de la fiesta, por la tarde se celebra el oficio de la Paráklisis ("súplica", "invocación", "consolación"), una oración a la Madre de Dios, muy popular y amada por los fieles. En ésta María es invocada como Madre de Dios, Virgen, Madre del Verbo encarnado, Virgen y Madre divina; títulos en relación a su divina maternidad, u otros relacionados a su función en el misterio de la redención: “poderosa en la intercesión, baluarte inexpugnable, fuente de misericordia, causa de alegría, fuente de incorruptibilidad, torre de seguridad”.


En la liturgia del 15 de Agosto, los textos del Oficio y de la Divina liturgia (troparios, kontákia) subrayan el gozo y la alegría. No el luto, el llanto por la muerte, sino la celebración, en su sentido más fuerte y más litúrgico del término, del tránsito de la Madre de Dios. Los textos de la fiesta se centran en todo el misterio de María en la economía de la redención: “protectora, fuente de Vida, trono del Altísimo, Madre de la eterna Luz, Madre de Dios”; Ésta está, como las demás criaturas, sometida a la muerte, pero la Vida que por Ella nació la hace nacer a la verdadera vida.


La liturgia de este día, con expresiones poéticas con frecuencia contrastantes, manifiesta y confiesa a Aquella que es la fe de la Iglesia: "La fuente de la vida es colocada en un sepulcro; la tumba se convierte en escala para el cielo". La profesión de fe de los primeros concilios de la Iglesia se refleja en la liturgia de hoy: "Esposa toda inmaculada y Madre del beneplácito del Padre, aquella que es elegida por Dios como lugar de su unión sin confusión, entrega hoy el alma inmaculada a Dios creador".


La liturgia eucarística ofrece a los fieles dos textos neotestamentarios: El primero (Filipenses, 2, 5-11) es el canto de la humildad de Dios; para glorificar a su creatura, es decir, al hombre, el Verbo de Dios se abaja y se hace hombre; para glorificar, para llevar al hombre a la primitiva gloria, belleza, el Verbo se hace hombre. Es como si la Liturgia Bizantina, concluyendo el año litúrgico – estamos en la última gran fiesta del calendario – entregase a la Iglesia y a cada cristiano estas palabras del Evangelio: Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.


Finalmente, el icono de la Dormición de la Madre de Dios nos propone casi una “celebración” de la muerte de la Madre de Dios. Cristo en el centro de un semicírculo, con los ángeles entorno, tiene en sus brazos el alma de su Madre. María - muerta, o mejor dicho, adormecida - está colocada en el centro del icono sobre un lecho. Alrededor de Ella están los Apóstoles y unas mujeres llorando. Entre ellos, Pedro y Pablo, es decir, toda la Iglesia. En este icono el lecho de María es también el altar sobre el cual se celebra la liturgia: los Apóstoles que están celebrando alrededor de él, Cristo al fondo, en el ábside, que preside, Pedro que inciensa en el instante de la Gran Entrada.


En la celebración de la Dormición, María se convierte así en prototipo, es decir, en modelo, de la salvación para la Iglesia y para cada uno de los cristianos. María, la Madre de Dios, junto al Verbo encarnado, junto al misterio de la Iglesia, junto al misterio del hombre. El hombre atormentado y perdido conducido por María al puerto que es Cristo mismo; el hombre, objeto de la misericordia divina por medio de la Madre de Dios; el hombre alegrado por Aquella que engendra a Aquél que es la alegría del mundo, Cristo. El hombre es salvado por Dios gracias a la Encarnación del Verbo en el seno de María.


LECTURAS


En Vísperas


Gn 28,10-17: Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Llegó a un determinado lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Tomando una piedra de allí mismo, se la colocó por cabezal y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor, que estaba en pie junto a ella, le dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás a occidente y oriente, a norte y sur; y todas las naciones de la tierra serán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré donde quiera que vayas, te haré volver a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido». Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía». Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar: no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo».


Ez 43,27-44,4: Así dice el Señor: «Concluidos estos días, a partir del día octavo, los sacerdotes ofrecerán sobre el altar los holocaustos y sacrificios de pacificación, y yo os los aceptaré —oráculo del Señor Dios—». Luego me hizo volver al pórtico exterior del santuario que mira hacia oriente. Estaba cerrado. El Señor me dijo: «Este pórtico permanecerá cerrado. No se abrirá nunca y nadie entrará por él, porque el Señor, Dios de Israel, ha entrado por él. Por eso quedará cerrado. El príncipe, porque es príncipe, podrá sentarse allí para comer el pan en presencia del Señor. Entrará por el vestíbulo del pórtico y saldrá por el mismo camino». Después me llevó por el pórtico septentrional hasta la fachada del templo. Vi que la Gloria del Señor llenaba el templo del Señor.


Prov 9,1-11: La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad: «Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia». Quien corrige al insolente recibe insultos; quien reprende al malvado, desprecios. No corrijas al insolente, que te odiará; reprende al sensato y te querrá; instruye al sabio, y será más sabio; enseña al honrado, y aprenderá. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, conocer al Santo implica inteligencia. Por mí prolongarás tus días, se añadirán años a tu vida.


En Maitines


Lc 1,39-49;56: En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo». María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.


En la Liturgia


Flp 2,5-11: Hermanos, tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. 


Lc 10,38-42;11,27-28: En aquel tiempo, yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».



Fuente: lexorandies.blogspot.com / Arquidiócesis de Buenos Aires y Toda la Argentina (Patriarcado de Antioquía y Todo el Oriente) / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia

06/08 - Transfiguración de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo


«Has hecho gloriosa, de nuevo, la naturaleza humana, oscurecida en Adán»


En el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, en el ábside de la iglesia y en la capilla de la zarza ardiente, se encuentra un magnífico mosaico del siglo VI con la representación de la Transfiguración del Señor. En el lugar en el cual la tradición coloca la gran Teofanía de Dios a Moisés en el fuego y en la luz, la fe de los monjes y de los peregrinos cristianos ha colocado un icono de la otra gran Teofanía del Dios encarnado, en la luz y en el fuego del Espíritu. Allí donde Moisés escuchó la Palabra (el Logos) de Dios, la fe cristiana la ve.


La fiesta de la Trasfiguración es una de las Doce grandes fiestas del calendario bizantino, con un día de prefiesta el 5, y una postfiesta que se concluye el 13. En los troparios de la prefiesta encontramos repetidamente la forma inicial "venid", como queriendo implicar a todos los fieles en la celebración que se prepara: "Venid, unámonos a Jesús"; "Venid, subamos al monte"; "Venid, preparémonos".


El oficio de la fiesta, de las Vísperas a Maitines, contiene textos himnográficos de Cosme de Mayuma y de Juan Damasceno. Muchos troparios enlazan la Transfiguración del Señor con su Pasión, en concomitancia con el mismo relato evangélico: en ambos relatos se trata de una subida: al monte en la Transfiguración, a la cruz en la Pasión.


La adoración y la postración de los discípulos frente a Cristo transfigurado, son también la adoración y la postración de la Iglesia frente a Cristo crucificado: "Antes de que tú subieses a la Cruz, oh Señor, un monte ha representado el cielo, y una nube lo ha cubierto como si fuera una tienda. Mientras Tú te transfigurabas y recibías el testimonio del Padre, estaban contigo Pedro, Santiago y Juan, porque, debiendo estar contigo también en la hora de la traición, gracias a la contemplación de tus maravillas, no temieran frente a tus padecimientos: padecimientos que te rogamos poder adorar en paz, por tu gran misericordia".


Los discípulos postrados a los pies del Transfigurado son ahora los fieles postrados a los pies del Cruscificado el Viernes Santo, también con María de Magdala postrada a los pies del Resucitado. La Transfiguración gloriosa de Cristo en el Tabor es también prefiguración de su Resurreción, donde Cristo glorioso se manifiesta a los ángeles y a los hombres: "Prefigurando tu resurrección, oh Cristo Dios, tomaste contigo a tus tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, para subir al Tabor. Y mientras Tú te transfigurabas, oh Salvador, el Tabor se recubría de luz. Tus discípulos, oh Verbo, se arrojaron rostro en tierra, no soportando el admirar la visión que nunca les ha sido dado contemplar. Los ángeles prestaban su servicio con temor y temblor; se estremecieron los cielos y la tierra tembló, porque sobre la tierra veían al Señor de la gloria".


El Tropario enlaza los tres momentos de la Sagrada Escritura: la manifestación de Dios a Moisés en la zarza ardiente, la Transfiguración del Señor y su Resurrección; en estas tres Teofanías, los testigos presentes se postran ante la gloria de Aquél que se manifiesta en el esplendor de la luz. El largo Tropario de las Vísperas previsto para la celebración vigiliar desarrolla magníficamente la profesión de fe cristiana: la Trasfiguración es vista como una manifestación de la Santa Trinidad: "Cristo, esplendor anterior al sol, mientras aún estabas sobre la tierra, cumpliendo divinamente antes de la cruz todo lo que se refiere a la tremenda economía, hoy sobre el monte Tabor místicamente muestras la imagen de la Trinidad".


La Transfiguración, además, es manifestación de la Redención del hombre obrada por Cristo: "Llevándose consigo aparte a los tres discípulos elegidos, Pedro, Santiago y Juan, esconde un poco la carne asumida y se transfigura ante ellos, manifestando la dignidad de la belleza arquetípica, aunque no en su pleno fulgor: la has manifestado para darles plena certeza pero no totalmente, para librarles, para que a causa de la visión no perdieran la vida, y ésta se adaptase a las posibilidades de sus ojos corporales".


La Transfiguración de Cristo, además, por medio del testimonio de Moisés y de Elías se convierte en una confesión de fe en la plena divinidad de Cristo y en su filiación divina: "Igualmente tomó también Cristo a Moisés y Elías como testigos de su divinidad, para que atestiguaran que Él es la verdadera irradiación de la esencia del Padre, Aquél que reina sobre los vivos y los muertos... y desde la nube resonó la voz del Padre que confirmaba su testimonio diciendo: Éste es Aquél que he engendrado, sin mutación, desde el seno materno, antes de la estrella de la mañana, mi Hijo amado". Finalmente, la Transfiguración como Teofanía Trinitaria anuncia la vida de la Iglesia a través de los vivificantes sacramentos: "...mi Hijo amado; es Aquél que he mandado para salvar a los que sean bautizados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo y con fe confiesen que es indivisible el único poder de la Divinidad, escuchadlo!".


Encontramos también la Transfiguración como plena manifestación de la Redención del hombre en uno de los troparios de Vísperas en el cual, a partir de la lectura cristológica del salmo 88, la liturgia bizantina canta toda la obra de salvación obrada por Cristo: "Profetizando por medio del Espíritu tu venida entre los hombres, en la carne, oh Hijo Unigénito, ya desde antiguo David, padre de Dios, convocaba a la creación a la fiesta, exclamando proféticamente: El Tabor y el Hermón en tu nombre exultarán. Subiendo a este monte, oh Salvador, junto a tus discípulos, transfigurándote has hecho radiante, de nuevo, la naturaleza humana oscurecida un tiempo en Adán, haciéndola pasar a la gloria y al esplendor de tu divinidad...".


Los Padres indican que el icono de Cristo transfigurado es también el icono del hombre que un día será también transfigurado por él para participar plenamente de la luz divina. Y es también el icono del hombre que, como Pedro, camina con Cristo y ha escuchado su voz; y en algunos momentos intuye la luz a la que será llamado un día a participar plenamente. Pedro, en la perícopa evangélica y en el icono mismo, se convierte en portavoz de sus hermanos y de todos los hombres: "Maestro, qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas...!". El Portavoz de todos los hombres lo negará tres veces, pero al final hará tres tiendas sobre la triple confesión de su amor a Cristo resucitado, junto al lago de Galileo.


S.E. Manuel (Nin)

Traducción del original italiano: Salvador Aguilera López


LECTURAS


En Vísperas


Éx 24,12-18: Dijo el Señor a Moisés: «Sube hacia mí a la montaña; quédate allí y te daré las tablas de piedra con la instrucción y los mandatos que he escrito para que los enseñes». Se levantó Moisés, con Josué, su ayudante, y subieron a la montaña de Dios. A los ancianos les dijo: «Quedaos aquí hasta que volvamos; Aarón y Jur están con vosotros; el que tenga algún asunto que se lo traiga a ellos». Subió, pues, Moisés a la montaña; la nube cubría la montaña. La gloria del Señor descansaba sobre la montaña del Sinaí y la nube cubrió la montaña durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube. El aspecto de la gloria del Señor era para los hijos de Israel como fuego voraz sobre la cumbre de la montaña. Moisés se adentró en la nube y subió a la montaña. Moisés estuvo en la montaña cuarenta días y cuarenta noches.


Éx 33,11-23;34,4-6;8: El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la tienda. Moisés dijo al Señor: «Tú me has dicho: “Guía a este pueblo”; pero no me has comunicado a quién enviarás conmigo. No obstante, tú me has dicho: “Yo te conozco personalmente y te he concedido mi favor”. Ahora bien, si realmente he obtenido tu favor, muéstrame tus designios, para que yo te conozca y obtenga tu favor; mira que esta gente es tu pueblo». Respondió el Señor: «Iré yo en persona y te daré el descanso». Replicó Moisés: «Si no vienes en persona, no nos hagas salir de aquí; pues ¿en qué se conocerá que yo y tu pueblo hemos obtenido tu favor, sino en el hecho de que tú vas con nosotros? Así tu pueblo y yo nos distinguiremos de todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra». El Señor respondió a Moisés: «También esto que me pides te lo concedo, porque has obtenido mi favor y te conozco personalmente». Entonces, Moisés exclamó: «Muéstrame tu gloria». Y él le respondió: «Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero». Y añadió: «Pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida». Luego dijo el Señor: «Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando retire la mano, podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás». Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí, como le había mandado el Señor. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra.


3 Re 19,3-9;11-13;15-16: En aquellos días, Elías llegó a Berseba de Judá y allí dejó a su criado. Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: «¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!». Se recostó y quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y dijo: «Levántate y come». Miró alrededor y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor y le dijo: «Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor». Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá».


En Maitines


Lc 9,28-36: En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.


En la Liturgia


2 Pe 1,10-19: Hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección; haciendo esto no caeréis nunca. Pues así se os facilitará muchísimo la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por eso estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque ya las sabéis y estáis firmes en la verdad que poseéis. Mientras habito en esta tienda de campaña, considero un deber animaros con una exhortación, sabiendo que pronto voy a dejar mi tienda, según me manifestó nuestro Señor Jesucristo. Pero pondré mi empeño en que, incluso después de mi muerte, tengáis siempre la posibilidad de acordaros de esto. Pues no nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada. Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.


Mt 17,1-9: En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».



Fuente: lexorandies.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española