Entrevista al Vicario General del Ordinariato


El nuevo vicario general del Ordinariato Católico Oriental se ocupará de que los fieles de otros ritos que viven en España se integren y se sientan visibilizados


Además de su nombramiento como vicario general, el cardenal Cobo también ha nombrado al canciller y al vicecanciller del Ordinariato. ¿Aumenta la plantilla?

Sí, porque es verdad que el Ordinariatodepende de la estructura de la archidiócesis de Madrid, pero no tenemos medios suficientes, no tenemos bienes muebles ni inmuebles, con lo cual, suele ser la diócesis del arzobispo que es ordinario —en este caso, Madrid— quien de alguna forma haga de paraguas y ayude. La idea era que hubiera un canciller que fuera el mismo que el de la diócesis, pero como tiene mucho trabajo, nombrar un vicecanciller también ayuda a que se encargue más directamente del trabajo del Ordinariato y luego sea el canciller quien presente al arzobispo los documentos. En mi caso, yo antes era el vicario episcopal y ahora paso a vicario general, también para dar una mayor entidad a la estructura.

 ¿Qué implicaciones prácticas tiene?

Sigo haciendo lo mismo que hacía antes, con lo cual, prácticamente es el nombre lo que cambia. Lo que sí va a hacer el cardenal Cobo es nombrar arciprestes, que en el caso de las Iglesias orientales reciben el nombre de protopresbíteros. Se distribuirán por ritos y por territorios. Por ejemplo, la comunidad grecocatólica ucranianaabarca prácticamente todo el territorio español, entonces para ella va a ser por territorios. Sin embargo, para la comunidad grecocatólica rumana, que es minoritaria, habrá para su rito. Esto también va a permitir que los sacerdotes de los distintos ritos se impliquen en la vida del Ordinariato, algo fundamental y que permite una mayor cercanía porque, claro, al ser toda la península, las visitas y la atención a los sacerdotes y a los fieles es muy complicada para una sola persona, en este caso el vicario.

¿Cómo está la presencia de católicos de rito oriental en España?

El mayor grupo son los ucranianos, que llegaron en masa a causa del conflicto y abarcan prácticamente toda España; incluso hay una comunidad importante en Canarias. Luego están los rumanos y los siromalabares de la India, de la zona de Kerala, que es de mayoría cristiana. Tenemos maronitas, que están principalmente en Madrid. Hay algunos que son del Líbano y otros que vienen de Venezuela. Y luego es verdad que hay otro tipo de ritos pero, por desgracia, de estos solo tenemos conocimiento cuando nos informan sus propios obispos porque la ley española prohíbe preguntar sobre la religión. Entonces, hasta que no llegan, se instalan y empiezan a buscar un sacerdote propio, contactan con sus obispos y ellos nos escriben…

Y estas comunidades, en general, ¿dónde se reúnen? ¿Tienen sus propios templos? ¿Se les prestan espacios?

Esa es otra cuestión que está favoreciendo el Ordinariato, el permitirles que estén en parroquias latinas donde puedan celebrar su rito. También tenemos el proyecto, a lo largo de este curso, de elaborar acuerdos con las diócesis para que quede claro cuáles son sus deberes y cuáles son sus derechos. Es decir, si tienen que colaborar con la parroquia en la que están aportando un donativo para gastos, si es bueno que estén presentes en los consejos pastorales de esas comunidades o no… Yo creo que esto es ayudarlos a que también ellos se integren y, sobre todo, se visibilicen.



Fuente: Alfa y Omega

06/01 - Teofanía de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo (Epifanía)


El 6 de Enero, día de la Teofanía o de la Epifanía, es —después de Pascua y Pentecostés— la más grande fiesta del calendario de las Iglesias de rito bizantino. Es incluso superior a la fiesta de la Natividad de Cristo. Conmemora el bautismo de Nuestro Señor por Juan en las aguas del Jordán y, más generalmente, la manifestación pública del Verbo encarnado en el mundo.


La Teofanía es la primera manifestación pública de Cristo. Durante su nacimiento en Belén, nuestro Señor había sido revelado a algunos privilegiados. En este día, todos aquellos que rodean a Juan, es decir, sus propios discípulos y la multitud venida a las orillas del Jordán, son testigos de una manifestación más solemne de Jesucristo. ¿En qué consiste dicha manifestación? Conlleva dos aspectos. Por una parte, está el aspecto de humildad representado por el bautismo al cual Nuestro Señor se somete. Por otra parte, hay un aspecto de gloria representado por el testimonio humano que el Precursor rinde de Jesús y, sobre un plano infinitamente más elevado, el testimonio divino que el Padre y el Espíritu rinden del Hijo. Consideraremos más de cerca estos dos aspectos. Pero retenemos inmediatamente esto: toda manifestación de Jesucristo, tanto en la historia como en la vida interior de cada hombre, es una manifestación de humildad y de gloria a la vez. Quienquiera que separe estos dos aspectos de Cristo comete un error que falsea toda la vida espiritual. No puedo acercarme al Cristo glorificado sin acercarme al mismo tiempo al Cristo humillado, ni al Cristo humillado sin acercarme al Cristo glorificado. Si deseo que Cristo se manifieste en mí, en mi vida, no puede ser mas que abrazando a aquel que Agustín llamaba con predilección Christus humilis y adorando en un mismo impulso a aquel que es también Dios, Rey, y Vencedor. Tal es la primer enseñanza de la Teofanía.


El aspecto de humildad de la Teofanía consiste en el hecho que Nuestro Señor se somete al bautismo de penitencia de Juan. Este se niega primeramente, mas Jesús insiste: deja. Es necesario que toda justicia se cumpla (Mt. 3, 13-15). Sin duda Jesús no tenía que ser purificado por Juan, pero el bautismo que confería el Precursor, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados (1), preparaba el reino mesiánico; y Jesús, antes de proclamar el advenimiento de dicho reino, ha querido pasar él mismo por todas las fases preparatorias de las que debía ser el “consumador”. Siendo la plenitud, ha querido asumir en él mismo todo lo que era aún incompleto e inacabado. Mas, recibiendo el bautismo joánico, Jesús no ha hecho más que aprobar y confirmar solemnemente un rito antes que transformarlo, mas que consumar lo imperfecto en lo perfecto. Él, que era sin pecado, se ha hecho portador de nuestros pecados, del pecado del mundo; y es a nombre de todos los pecadores que Jesús ha hecho un gesto público de arrepentimiento. Por otra parte, Jesús ha querido enseñarnos la necesidad de la penitencia y la conversión; antes incluso de acercarnos al bautismo cristiano, debemos recibir el bautismo de Juan, es decir, pasar por un cambio de espíritu, por una catástrofe interior. Debemos sentir una verdadera contrición de nuestros pecados. El arrepentimiento es, en lo que nos concierne, el aspecto de humildad de la Teofanía.


Y aquí debemos sobrepasar el horizonte limitado del bautismo joánico para recordar que hemos sido bautizados en Cristo. El bautismo cristiano nos ha lavado y purificado. Ha abolido en nosotros el pecado original y hecho de nosotros una nueva criatura. Éramos probablemente niños cuando hemos recibido el bautismo; la gracia bautismal ha sido una respuesta divina dada, no a nuestra petición personal, sino a la fe de aquellos que nos presentaban al bautismo y a la fe de toda la Iglesia que nos acogía. Dicha gracia bautismal ha sido entonces en cierto modo provisoria y condicional: era necesario que, creciendo y vueltos conscientes, confirmemos por libre elección el acto de nuestro bautismo. La Teofanía es, por excelencia, la fiesta del bautismo, no solamente del bautismo de Jesús, sino de nuestro propio bautismo. Es una maravillosa ocasión para nosotros de renovar en espíritu el bautismo que hemos recibido y para reavivar la gracia que nos ha conferido. Porque las gracias sacramentales, incluso interrumpidas y suspendidas por el pecado, pueden revivir en nosotros si nos volvemos sinceramente hacia Dios. En esta fiesta de la Teofanía, pedimos a Dios lavarnos de nuevo —espiritualmente, no de una manera material— (2) en las aguas del bautismo; ahogamos la antigua criatura pecadora, ya que el bautismo es una muerte mística (3); atravesamos el Mar Rojo que separa la cautividad de la libertad y nos sumergimos con Jesús en el Jordán para allí ser lavados, no por el Precursor, sino por Jesús mismo.


El aspecto de gloria de la Teofanía consiste en los dos testimonios que fueron entonces dados solemnemente de Jesús. Estuvo el testimonio de Juan. No hablaremos de ello ahora; volveremos allí el día siguiente a la Teofanía. Y estuvo el testimonio divino del Padre y del Espíritu. El testimonio del Padre era la voz venida del cielo y diciendo: Tu eres mi Hijo amado, en quien tengo puesta toda mi complacencia (Lc. 3, 22). El testimonio del Espíritu era el descenso de la paloma: Y el Espíritu Santo descendió sobre él bajo una forma corporal, como una paloma (Lc. 3, 22). He aquí el verdadero bautismo de Jesús. La palabra pronunciada por el Padre y el descenso de la paloma (4) son más importantes que el bautismo de agua que Juan confiere a Jesús. El bautismo de agua no era mas que una introducción a esta manifestación divina. Es con razón que, en la antigua liturgia cristiana, la fiesta del 6 de Enero es llamada, no “Teofanía”, sino “Teofanías”, en plural, ya que no se trata de una sola manifestación divina: se trata de tres manifestaciones.


El Padre, el Hijo, el Espíritu son los tres revelados al mundo durante el bautismo de Jesús; el Padre y el Espíritu se revelan en la relación de amor que les une al Hijo. Damos aquí con lo que hay de más profundo y más íntimo en el misterio de Jesús. Por grande que sea el ministerio redentor de Cristo a favor de los hombres, la vida íntima del Hijo con el Padre y el Espíritu es una realidad más grande aún. Jesús no nos es verdaderamente manifestado mas que si entrevemos algo : de dicha intimidad divina, y si oímos interiormente la voz del Padre: Aquí está mi Hijo amado..., y si vemos el vuelo de la paloma sobre la cabeza del Salvador. La fiesta de Teofanía no será verdaderamente una epifanía, una manifestación de Cristo, mas que bajo esta condición. Es necesario que nuestra piedad alcance, en el Hijo, al Padre y al Espíritu. Es necesario que, como Juan Bautista, podamos recordar y testimoniar: He visto al Espíritu descender... (Jn. 1, 32). Allí está la gloria de la Teofanía. Y es por eso que la Teofanía no es solamente la fiesta de las aguas; la antigua tradición griega la llama “la fiesta de las luces”. Esta fiesta nos aporta, no solamente una gracia de purificación, sino también una gracia de iluminación (incluso este nombre de iluminación era antiguamente dado al acto del bautismo). La luz de Cristo no era, en Navidad, mas que una estrella en la noche oscura; en la Teofanía, dicha luz se nos aparece como el sol naciente; va a crecer y, luego del eclipse de Viernes Santo, brillará, más espléndida todavía, la mañana de Pascua; y finalmente, en Pentecostés, alcanzará el pleno mediodía. No se trata solamente de la luz divina objetiva manifestada en la persona de Jesucristo y en la llama pentecostal. Se trata también, para nosotros, de la luz interior, a la cual sin una absoluta fidelidad la vida espiritual no sería mas que ilusión o mentira.


Dios, que había enviado al Precursor a bautizar con agua, le había dicho: Aquel sobre el que verás el Espíritu descender y permanecer, bautizará en el Espíritu Santo (Jn. 1, 33). El bautismo de agua no es mas que un aspecto del bautismo total. Jesucristo mismo dirá a Nicodemo: A menos que nazca del agua y del Espíritu, nadie puede entrar en el Reino de Dios (Jn. 3, 5). El bautismo del Espíritu es superior al bautismo de agua. Constituye un don objetivo y otra experiencia interior. Volveremos a hablar de ello mejor en ocasión de Pentecostés.


Se podría decir que la Teofanía —primer manifestación pública de Jesús entre los hombres— corresponde en nuestra vida interior a la “primera conversión”. Hay que entender por ello el primer encuentro consciente del alma humana con su Salvador, el momento en que aceptamos a Jesús como Maestro y como amigo, y en que tomamos la resolución de seguirlo. Pascua (a la vez la muerte y resurrección del Señor) corresponde a una “segunda conversión” en que, confrontados con el misterio de la cruz, descubrimos qué muerte y qué vida nueva implica esta, y nos consagramos de una manera más profunda —por un cambio radical de nosotros mismos— a Jesucristo. Pentecostés es el tiempo de la “tercera conversión”, el tiempo del bautismo y del fuego del Espíritu, la entrada en una vida de unión transformadora con Dios. No es dado a todo cristiano seguir dicho itinerario. Estas son, sin embargo, las etapas que el año litúrgico propone a nuestro esfuerzo (5).


El Precursor


El día siguiente de Navidad está consagrado a la “synaxis” de la bienaventurada Virgen María: todos los creyentes están invitados a congregarse en honor de aquella que ha hecho la Encarnación humanamente posible. Del mismo modo, el día posterior a la Teofanía (7 de Enero) está consagrado a la “synaxis” de Juan el Precursor, que bautizó a Jesús y lo presentó en cierto modo al mundo. En los cantos de Vísperas y Matutinos de dicha fiesta, la Iglesia multiplica las alabanzas al Precursor: “¡Oh tú que eres luz en la carne... lleno del Espíritu..., golondrina de la gracia... que has aparecido como el último de los profetas... y que eres el más grande entre ellos”. La riqueza misma de dichas alabanzas nos vuelve quizás difícil discernir con claridad lo que nosotros, hombres, hemos de aprender de Juan. Tendremos, en el curso del año litúrgico, la ocasión de volver sobre la persona y el ministerio de aquel que fue no solamente el Precursor y el Bautista, sino el Amigo del Esposo, el nuevo Elías, el mártir que dio su vida por la ley divina. En este día, nos basta poner de relieve dos aspectos del ministerio de Juan indicados por el Evangelio y la Epístola leídas en la Liturgia.


La Epístola (Hch. 19, 1-8) cuenta el encuentro de Pablo, en Efeso, con los discípulos que no habían recibido mas que el bautismo de Juan. Pablo les explicó que Juan había conferido al pueblo un bautismo de penitencia, a fin de que el pueblo creyera en aquel que vendría después de Juan. Pero Pablo bautizó a esos efesios en nombre del Señor Jesús. Estas palabras de Pablo indican con exactitud la grandeza y los límites del ministerio de Juan. Por una parte, debemos recibir de Juan el bautismo de penitencia, es decir, escuchar a Juan decirnos cuáles son las condiciones de acceso al reino mesiánico y dejarnos tocar por su llamado al arrepentimiento. Por otra parte, el bautismo no basta. Debemos ir a Jesús mismo. Debemos ser bautizados en el nombre de nuestro Salvador y en el Espíritu Santo. No se trata aquí solamente de ritos sacramentales: se trata de nuestra constante actitud interior. No puedo ir a Jesús si no he escuchado la voz de Juan y si no me he arrepentido. Mas no puedo permanecer en el arrepentimiento predicado por Juan: la nueva justicia debo adquirir es la que sólo Jesús procura.


La naturaleza de dicha nueva justicia se encuentra indicada en el Evangelio leído en la Liturgia (Jn. 1, 29-34). Dicho pasaje del Evangelio, que describe el bautismo de Jesús por el Precursor, comienza con la siguiente frase: Viendo a Jesús venir a él, dijo: He aquí el Cordero de que quita el pecado del mundo. Este es el segundo aspecto del ministerio de Juan. No solamente Juan predica la conversión y confiere un bautismo de penitencia, sino que nos muestra a Jesús como Cordero de Dios y propiciación por todas nuestras faltas; Juan declara que Jesús realiza lo que el bautismo de penitencia no podía hacer: el Salvador lleva sobre sus propios hombros el pecado del mundo y purifica así a los hombres. El ministerio de Juan será pues eficaz para nosotros si obtiene estos dos resultados: en primer lugar, estimularnos al arrepentimiento, después, mostrarnos al Cordero que se ofrece en sacrificio para reparar nuestros pecados. El ministerio, o, como podríamos decir, el Evangelio del Precursor, tiene un tercer aspecto que nos será revelado más tarde: la relación entre el Esposo y el amigo del Esposo. Mas este aspecto no ha sido aún explicitado en la fiesta de Teofanía. Lo que la “synaxis” del Precursor nos sugiere en este día, es esa aflicción que debe ser el arrepentimiento, y el acto de fe por el cual cargamos con nuestros pecados al Cordero de Dios y hacemos la experiencia interior de la redención.


NOTAS


(1) Los teólogos se han preguntado cuales eran, desde el punto de vista cristiano, el significado y el valor del bautismo de Juan. Dicho bautismo, es claro, se distinguía del bautismo cristiano y permanecía inferior. Por otra parte, había en el bautismo de Juan algo más que en el bautismo judío de prosélitos y que en las purificaciones de la ley mosaica. Era un rito temporal y divinamente inspirado, un rito de preparación mesiánica que pertenecía a la Nueva Alianza antes que a la Antigua; dicho rito era impotente para producir por si mismo la remisión de los pecados, pero provocaba las disposiciones interiores de penitencia y justicia que obtienen directamente el perdón. Predisponía al bautismo en Cristo.


(2) El acto bautismal no puede ser renovado, pero la gracia bautismal puede permanecer, revivir, o crecer en nuestra alma, incluso si el elemento material —aquí el agua— no juegue ningún rol. Un hombre que no ha recibido el bautismo de agua puede sin embargo recibir la gracia bautismal (bautismo de sangre o martirio, bautismo de deseo, explícito o incluso implícito). Es notable que los Evangelios permanezcan silenciosos sobre la cuestión: ¿los apóstoles han sido bautizados? ¿Dónde y cuándo? Jesús, el soberano maestro de la gracia bautismal, no confería él mismo el bautismo de agua. En los ritos de la Teofanía, el agua bendita por la Iglesia, sin ser la materia de un sacramento, es “sacramental”; el contacto con dicha agua puede ayudarnos a formar en nosotros las disposiciones interiores por las cuales reviviremos la gracia de nuestro bautismo. Mas podemos obtener este último resultado sin hacer intervenir ningún signo material. Nuestro propio descenso en el Jordán, en la Teofanía, puede suceder puramente “en espíritu”.


(3) El bautismo tiene un simbolismo, a la vez, de vida y de muerte, que no se manifiesta completamente mas que en el bautismo por inmersión. El neófito es sumergido en el agua: es la muerte de la criatura pecadora. El neófito sale del agua: es la resurrección, el nacimiento a la vida nueva.


(4) Recordemos el significado simbólico de la paloma, según la Escritura. La paloma, en la historia del diluvio, representa la fidelidad y la paz; en el Cantar de los Cantares, representa la inocencia y el amor; en el Evangelio, su simplicidad no es dada en modelo por Jesús. Las palomas podían, según la ley mosaica, reemplazar a un cordero para el sacrificio, y tal fue la ofrenda de los padres de Jesús, cuando lo presentaron en el Templo: esta equivalencia entre la paloma y el cordero toma, a los ojos del cristiano, un sentido profundo. Del mismo modo que la paloma descendió del cielo hacia el Jordán, así, durante la creación del mundo, el Espíritu se movía sobre las aguas.


(5) Este tema de las tres conversiones ha sido desarrollado por varios maestros de la vida espiritual. Aunque esté de acuerdo en conjunto con el tema clásico de las tres vías —vía purgativa, vía iluminativa, vía unitiva— no se superpone a él exactamente.


Lev Gillet, L'An de Grâce du Seigneur

Traducción del original francés: Dr. Martín E. Peñalva


CONSIDERACIONES LITÚRGICAS


«Nacido sin padre de la Madre y sin madre del Padre»


En todas las tradiciones cristianas de Oriente la Epifanía celebra la manifestación del Verbo de Dios encarnado, en un contexto trinitario y cristológico. Los textos litúrgicos resumen, de algún modo, los principales misterios de la fe cristiana: el misterio trinitario, la encarnación del Verbo de Dios y la redención recibida en el bautismo, evento celebrado durante la gran bendición de las aguas que recuerda el bautismo de Cristo y el de cada uno de los fieles cristianos. En la tradición bizantina la Epifanía es una de las doce grandes fiestas, con una "pre-fiesta" que inicia el 2 de Enero y una octava que termina el 14 de Enero. Este tiempo quiere mostrar como la Iglesia, dócil a la liturgia, se prepara a la celebración de un gran evento salvífico y como lo vive durante ocho días, que ponen en evidencia la plenitud del misterio celebrado.


Los textos himnológicos de vísperas y del oficio matutino son de los grandes himnógrafos bizantinos que vivieron desde el siglo VI al IX - Román el Melódico, Sofronio de Jerusalén, Germán de Constantinopla, Andrés de Creta, Juan Damasceno, José el Himnógrafo - y subrayando el estupor y la maravilla del Bautista y de toda la creación (ángeles, firmamento, aguas del Jordán) frente a la humilde manifestación de Cristo que tiene lugar cuando recibe el bautismo. Uno de los textos más significativos es la gran bendición de las aguas, celebrada al final de las Vísperas o al final de la Divina Liturgia del día y que por lo general se lleva a cabo en la fuente bautismal de la iglesia. La oración, atribuida a Sofronio de Jerusalén, es un amplio texto que constituye una celebración en sí misma, aunque esté colocada sin un nexo que indique la continuidad con Vísperas o la Divina Liturgia.


Después del canto de los troparios, la celebración prosigue con diversas lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento: tres textos del profeta Isaías (35, 1-10; 55, 1-13; 12, 3-6), después san Pablo (1 Cor, 10, 1-4), y el Evangelio de Marcos (9, 1-11). Sigue la gran letanía diaconal con una invocación al Espíritu Santo para la consagración de las aguas, para que sean fuente de perdón, purificación y vida nueva para los bautizados: "Para que sea santificada este agua con la virtud y la potencia y la venida del Espíritu Santo. Para que descienda sobre estas aguas la acción purificadora de la supersubstancial Trinidad. Para que podamos ser iluminados con la luz del conocimiento y la piedad por la venida del Espíritu Santo. Para que este agua pueda llegar a ser don de santificación, purificación de los pecados para la curación del alma y del cuerpo".


La oración de consagración del agua se inicia con una primera parte en la cual el Sacerdote alaba a la divina Trinidad, como en las Anáforas Eucarísticas: "Trinidad suprasubstancial, bondadosísima, divinísima, omnipotente, omnividente, invisible, incomprensible, creadora, innata bondad, luz inaccessibile". La oración se dirige, entonces, directamente a Cristo, con títulos que indican un contexto claramente calcedonense: "Te glorificamos Señor, amigo de los hombres, omnipotente, rey eterno, Hijo unigénito, nacido sin padre de la Madre y sin madre del Padre. En la fiesta precedente todos te hemos visto niño, en esta, por el contrario, te vemos perfecto, habiéndote manifestado Dios nuestro perfecto".


El texto prosigue con la enumeración de los hechos salvíficos celebrados en la fiesta; en las venticuatro invocaciones que comienzan con la palabra "hoy" el texto describe no solo los hechos producidos ya en le historia de la salvación y hoy conmemorados, sino también la palabra "hoy" toma una fuerza actualización en la celebración y en la vida de la Iglesia: "Hoy la gracia del Espíritu Santo, en forma de paloma, descienda sobre el agua. Hoy el increado, por su voluntad, es tocado por las manos de la criatura. Hoy las riberas del Jordán son transformadas en medicina por la presencia del Señor. Hoy somos rescatados de la tiniebla y somos iluminados por la luz del conocimiento divino". Dos frases del sacerdote invocan por tres veces la santificación de las aguas: "Tu, Señor, rey y amigo de los hombres, hazte presente ahora por la venida de tu Espíritu y santifica este agua. Tú mismo, santifica también ahora, oh Señor, este agua con tu Espíritu".


Terminada la oración el sacerdote introduce la cruz bendicional con un ramillete de hierbas aromáticas en el agua cantando por tres veces el tropario de la fiesta: "En tu bautismo en el Jordán, Señor, se manifiesta la adoración de la Trinidad; la voz del Padre que daba testimonio de ti llamándote "Hijo amado", y el Espíritu en forma de paloma conformaba la segura verdad de esta palabra. Oh Cristo Dios que te has manifestado y que has iluminado el mundo, gloria a Tí". Finalmente los fieles pasan a besar la cruz y son asperjados con el agua consagrada, que después, según la tradición, llevan a su casa.


De la fiesta se pueden subrayar tres aspectos: En primer lugar, la manifestación de la divinidad en clave trinitaria: el bautismo de Cristo en el Jordán manifiesta la revelación del Verbo de Dios, e incluye también la del Padre y la del Espíritu. En segundo lugar, la celebración manifiesta la obra salvífica de Cristo, evidenciada en el bautismo y llevada a cumplimiento en su humillación. En tercer lugar, la celebración de la Epifanía significa también la comunicación de la gracia del Espíritu Santo a los hombres por medio del agua del bautismo.


Manuel Nin en L’Osservatore Romano

Traducción del original italiano: P. Salvador Aguilera López


LECTURAS


En Vísperas


1


Gén 1,1-13: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. Y dijo Dios: «Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas». E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento. Y así fue. Llamó Dios al firmamento «cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo. Dijo Dios: «Júntense las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco». Y así fue. Llamó Dios a lo seco «tierra», y a la masa de las aguas llamó «mar». Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: «Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla, y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra». Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.


2


Éx 14,15-18;21-23;27-29: El Señor dijo a Moisés: «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes». Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes. Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar.


3


Éx 15,22-27;16,1: Moisés hizo partir del mar Rojo a Israel, que se dirigió hacia el desierto de Sur. Caminaron tres días por el desierto sin encontrar agua. Llegaron a Mará, pero no pudieron beber el agua de Mará, porque era amarga. Por eso se llamó aquel lugar Mará. El pueblo murmuró contra Moisés, diciendo: «¿Qué vamos a beber?». Moisés clamó al Señor y el Señor le mostró un madero. Él lo echó al agua y el agua se volvió dulce. Allí el Señor dio leyes y mandatos al pueblo y lo puso a prueba, diciéndoles: «Si obedeces fielmente la voz del Señor tu Dios y obras lo recto a sus ojos, escuchando sus mandatos y acatando todas sus leyes, no te afligiré con ninguna de las plagas con que afligí a los egipcios; porque yo soy el Señor, el que te cura». Después llegaron a Elín, donde hay doce fuentes y setenta palmeras, y acamparon allí junto al agua. Toda la comunidad de Israel partió de Elín y llegó al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí.


4


Jos 3,7-8;15-17: El Señor dijo a Josué: «Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú dales esta orden a los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza: “En cuanto lleguéis a tocar el agua de la orilla del Jordán, deteneos en el Jordán”». En cuanto los portadores del Arca de la Alianza llegaron al Jordán y los sacerdotes que la portaban mojaron los pies en el agua de la orilla (el Jordán baja crecido hasta los bordes todo el tiempo de la siega), el agua que venía de arriba se detuvo y formó como un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adán, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba hacia el mar de la Arabá, el mar de la Sal, quedó cortada del todo. La gente pasó el río frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.


5


4 Re 2,6-14: Elías le dijo a Eliseo: «Quédate aquí, porque el Señor me envía al Jordán». Eliseo volvió a responder: «¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!»; y los dos continuaron el camino. Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas iban también de camino y se pararon frente al río Jordán, a cierta distancia de Elías y Eliseo, los cuales se detuvieron a la vera del Jordán. Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas. Se separaron estas a un lado y a otro, y pasaron ambos sobre terreno seco. Mientras cruzaban, dijo Elías a Eliseo: «Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea arrebatado de tu lado». Eliseo respondió: «Por favor, que yo reciba dos partes de tu espíritu». Respondió Elías: «Pides algo difícil, pero si alcanzas a verme cuando sea arrebatado de tu lado, pasarán a ti; si no, no pasarán». Mientras ellos iban conversando por el camino, de pronto, un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Subió Elías al cielo en la tempestad. Eliseo lo veía y clamaba: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carros y caballería de Israel!». Al dejar de verlo, agarró sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que había caído de los hombros de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla. Tomó el manto que había caído de los hombros de Elías y golpeó con él las aguas, pero no se separaron. Dijo entonces: «¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?». Golpeó otra vez las aguas, que se separaron a un lado y a otro, y pasó Eliseo sobre terreno seco.


6


4 Re 5,9-14: Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a decirle: «Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio». Naamán se puso furioso y se marchó diciendo: «Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio». Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle: «Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!». Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.


7


Is 1,16-20: Así dice el Señor: «Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—».


8


Gén 32,2-11: Jacob siguió su camino y se encontró con unos ángeles de Dios. Al verlos, dijo: «Este es el campamento de Dios». Y llamó aquel lugar Majanáin. Jacob envió mensajeros por delante a su hermano Esaú, a la tierra de Seír, al campo de Edón, con este mensaje: «Decid a mi señor Esaú: “Esto dice tu siervo Jacob: He estado viviendo con Labán, deteniéndome allí hasta ahora. Tengo bueyes, asnos, ovejas, siervos y siervas; he enviado a informar a mi señor, para obtener su favor”». Los mensajeros volvieron a Jacob y le dijeron: «Hemos ido adonde tu hermano Esaú y él mismo viene a tu encuentro con cuatrocientos hombres». Jacob sintió mucho miedo y angustia, y dividió en dos campamentos su gente, sus ovejas, vacas y camellos, pues pensó: «Si Esaú llega a un campamento y lo destruye, se salvará el otro». Luego dijo Jacob: «Dios de mi padre Abrahán y Dios de mi padre Isaac, Señor que me dijiste: “Vuelve a tu tierra nativa que yo seré bueno contigo”, no merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo, pues con un bastón crucé este Jordán».


9


Éx 2,5-10: La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla del río. Al descubrir ella la cesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó: «Es un niño de los hebreos». Entonces la hermana del niño dijo a la hija del faraón: «¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?». Respondió la hija del faraón: «Vete». La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del faraón le dijo: «Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré». La mujer tomó al niño y lo crio. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «lo he sacado del agua».


10


Jue 6,36-40: Gedeón dijo a Dios: «Si vas a ser tú el que salve a Israel por mi mano, según has dicho, mira, voy a dejar un vellón de lana en la era. Si cae rocío únicamente sobre el vellón, y todo el suelo queda seco, sabré que salvarás a Israel por mi mano, tal y como has dicho». Así ocurrió. Se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió el rocío del vellón, llenando una cazuela de agua. Gedeón dijo a Dios: «No se encienda tu ira contra mí, si hablo una vez más. Permíteme que pruebe solo otra vez con el vellón. Quede seco solo el vellón, mientras que en todo el suelo haya rocío». Y así lo hizo el Señor aquella noche. Quedó únicamente seco el vellón y cayó rocío en todo el suelo.


11


3 Re 18,30-39: Elías dijo a todo el pueblo: «Acercaos a mí», y todo el pueblo se acercó a él. Entonces se puso a restaurar el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra del Señor: «Tu nombre será Israel». Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor e hizo alrededor una zanja de una capacidad de un par de arrobas de semilla. Luego dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima. «Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron. Pidió: «Hacedlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron. «Hacedlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron. Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar. A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir: «Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones». Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas. Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando: «¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!».


12


4 Re 2,19-22: Los hombres de la ciudad de Jericó dijeron a Eliseo: «El emplazamiento de la ciudad es bueno, como mi señor puede apreciar, pero el agua es mala y la tierra lo aborta todo». Él les contestó: «Traedme una olla nueva y poned sal en ella». Cuando se la trajeron, salió hacia el lugar del manantial, lo roció con la sal y dijo: «Así dice el Señor: “Yo he saneado esta agua; ya no surgirán de aquí muerte o esterilidad”». Y quedó saneada el agua hasta el día de hoy, conforme a la palabra que había pronunciado Eliseo.


13


Is 49,8-15: Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”. Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos; miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros de la tierra de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados». Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré», dice el Señor.


En Maitines


Mc 1,9-11: En aquel tiempo, llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».


En la Liturgia


Tit 2,11-14;3,4-7: Hijo mío Tito, se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna.


Mt 3,13-17: En aquel tiempo viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».



Fuente: Ecclesia / lexorandies.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española