24/06 - Natividad del Santo Profeta, Precursor y Bautista Juan


El Profeta San Juan el Bautista es considerado después de la Virgen María el santo más honrado en la Iglesia bizantina. El Profeta San Juan el Bautista era hijo del sacerdote Zacarías, casado con Santa Isabel (descendiente de Aarón). Sus padres vivían cerca de Hebrón (en una región montañosa) al sur de Jerusalén. Por parte de su madre era pariente de Nuestro Señor Jesucristo y nació seis meses antes que el Señor. 


Tal y como lo narra el Evangelista San Lucas, el Arcángel Gabriel, se apareció a su padre Zacarías en el Templo y le anunció el nacimiento de su hijo. Y así estos devotos esposos, de edad avanzada, privados del consuelo de tener descendencia, tuvieron por fin el hijo por el que tanto habían rogado en sus oraciones. 


Por misericordia de Dios Juan se libró de la muerte de los miles de niños que fueron asesinados en Belén y sus alrededores. San Juan creció en un desierto salvaje, y se preparó para la gran labor que tenía encomendada, llevando una forma de vida severa —ayunando, rezando y meditando sobre el destino que Dios le tenía preparado. Llevaba una vestimenta tosca, sujeta con un cinturón de cuero, se alimentaba con miel silvestre y langostas. Siguió una vida de ermitaño hasta el momento en el que el Señor lo llamó a los 30 años de edad para profetizar al pueblo hebreo. 


Obedeciendo a esta llamada, el Profeta san Juan, llegó a las orillas del río Jordán para preparar a la gente para recibir al esperado Mesías (Cristo). Ante la festividad de la Purificación, mucha gente acudía al río para el lavado ritual. Aquí San Juan se dirigía a ellos, proclamando que se confesaran y se bautizaran para el perdón de los pecados. La esencia de su prédica era que, antes de recibir la purificación externa, la gente debía purificarse moralmente, y de esta manera prepararse para la recepción del Evangelio. Claro es que el bautismo de Juan no era todavía un sacramento como el bautismo cristiano. Su sentido era el de preparar (convertir) espiritualmente para el bautismo con agua y Espíritu Santo. Según la expresión de una oración de la Iglesia, el Profeta San Juan, era la luminosa estrella matutina que desprendía un brillo superior a la luminosidad de todas las estrellas y anunciaba la mañana del día bendito, iluminado por Cristo el Sol espiritual (Malaquias 4:2). Cuando la espera del Mesías llegó a su culminación, el Mismo Salvador del mundo, Nuestro Señor Jesucristo, llegó al Jordán a bautizarse con San Juan. El bautismo de Cristo estuvo acompañado de anuncios milagrosos —el descenso del Espíritu Santo, que bajó en forma de paloma sobre Él, y la voz de Dios Padre que provenía de los cielos, diciendo: “Este es Mi Hijo amado...” Al recibir esta revelación, el Profeta San Juan le decía a la gente sobre El: “Aquí esta el Cordero de Dios, que toma sobre Sí los pecados del mundo.” Al escuchar esto, dos de los discípulos de Juan siguieron a Jesús; eran los Apóstoles Juan el Teólogo y Andrés, hermano de Simón, llamado Pedro. Con el bautismo del Salvador el Profeta San Juan concluyó a modo de rúbrica su oficio de profeta. Con severidad y sin temor denunciaba los vicios tanto de las personas comunes como de los poderosos de este mundo. Por ello pronto sufrió padecimientos. 


El rey Herodes Antipas (hijo del rey Herodes el Grande) ordenó encarcelar al Profeta San Juan por acusarlo del abandono de su legítima esposa (hija del rey Aretas de Arabia) y por su unión ilegitima con Herodías, la mujer de su hermano Felipe. El día de su cumpleaños Herodes hizo un banquete al cual fueron invitadas personas muy conocidas. Salomé, hija de la pecadora Herodías, con su baile impúdico complació de tal manera al rey Herodes y a sus invitados al banquete que el rey le prometió bajo juramento darle todo lo que le pidiese, aun hasta la mitad de su reino. La bailarina por instigación de su madre, pidió que se le entregara la cabeza de San Juan el Bautista sobre una bandeja. Herodes respetaba a Juan como profeta, por lo que se disgustó ante esa petición, pero le dio vergüenza quebrantar la promesa dada, y envió al guardia a la prisión, que decapitó a san Juan el Bautista y le entregó su cabeza a Salomé, quien se la llevó a su madre. Después de insultar Herodías a la santa cabeza del profeta, la tiró en un lugar sucio. Los discípulos de San Juan el Bautista le dieron santa sepultura a su cuerpo en Sebastia, una ciudad de Samaria. 


Por su crueldad Herodes recibió su castigo en el año 38 después de Cristo. Sus tropas fueron derrotadas por Aretas, que se dirigió contra él por la deshonra causada a su hija, a la cual había abandonado para convivir con Herodías, y al año siguiente el emperador Calígula lo envió al exilio. 


Según la Tradición, el Evangelista San Lucas, al visitar distintas ciudades y pueblos predicando a Jesús, desde Sebastia llevó a Antioquía una parte de los santos restos del gran Profeta: su mano derecha. En el año 959, cuando los musulmanes se apoderaron de Antioquía (durante el imperio de Constantino Porfirocente), el diácono Job de Antioquía se llevó la mano del profeta a Calcedonia, y desde allí fue trasladada a Constantinopla, donde se conservó hasta que los turcos tomaron la ciudad. Después la mano derecha del Profeta se encontraba en la Iglesia “De La Imagen Del Salvador” en el Palacio de Invierno de San Petersburgo. 


La santa cabeza de San Juan el Bautista fue hallada por la piadosa Juana y sepultada dentro de una vasija en el monte de Olivos. Un asceta devoto, al realizar una zanja para poner los fundamentos de un templo, encontró este tesoro y lo guardó consigo, pero antes su muerte, temiendo que la reliquia fuese profanada por los no creyentes, la escondió en la tierra en el mismo lugar en que la encontró. Durante el reinado de Constantino el Grande, dos monjes fueron a Jerusalén para venerar el Santo Sepulcro, y a uno de ellos se le presentó el Profeta San Juan el Bautista y le indicó dónde estaba enterrada su cabeza. Desde ese momento los cristianos comenzaron a celebrar el Primer hallazgo de la santa cabeza de San Juan el Bautista. 


El Señor Jesucristo dijo sobre el Profeta San Juan el Bautista “De todos los nacidos de mujer, ninguno es mayor que Juan el Bautista.” 


San Juan el Bautista es glorificado por la Iglesia como “Angel, Apóstol, Mártir, Profeta, Intercesor de la gracia antigua y nueva, honorabilísimo entre los nacidos de mujer y ojo luminoso de la Palabra”.


LECTURAS


En Vísperas


Gén 17,15-17;19;18,11-14;21,1-2;4-8: El Señor dijo a Abrahán: «Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré y te dará un hijo, a quien también bendeciré. De ella nacerán pueblos y reyes de naciones». Abrahán cayó rostro en tierra y se sonrió, pensando en su interior: «¿Un centenario va a tener un hijo y Sara va a dar a luz a los noventa?». Dios replicó: «No, es Sara quien te va a dar un hijo; lo llamarás Isaac; con él estableceré mi alianza y con sus descendientes, una alianza perpetua». Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada. Sara se rio para sus adentros, pensando: «Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?». Entonces el Señor dijo a Abrahán: «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: «De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja”? ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?». El Señor visitó a Sara, como había dicho. El Señor cumplió con Sara lo que le había prometido. Sara concibió y dio a Abrahán un hijo en su vejez, en el plazo que Dios le había anunciado. Sara añadió: «¿Quién le habría dicho a Abrahán que Sara iba a amamantar hijos?, pues le he dado un hijo en su vejez». El chico creció y lo destetaron. Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac.


Jue 13,2-8;13-14;17-18;21: Había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos. El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: «Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno». La mujer dijo al esposo: «Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. Me dijo: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte”». Manoj imploró así al Señor: «Te ruego, Señor mío, que venga nuevamente a nosotros el hombre de Dios que enviaste, para que nos indique qué hemos de hacer con el niño que nazca». El ángel del Señor le respondió: «La mujer ha de guardarse de todo cuanto le dije. No probará nada que provenga del fruto de la vid. No beberá vino o licor, ni probará nada impuro». Manoj le preguntó: «¿Cuál es tu nombre, para que podamos honrarte, cuando se cumplan tus palabras?». El ángel del Señor le respondió: «¿Por qué preguntas mi nombre? Es misterioso». Y el ángel del Señor no volvió a aparecérseles. Entonces supo Manoj que se trataba del ángel del Señor.


Is 40,1-5;9;41,17-18;45,8;48,20-21; 54,1: Así dice el Señor: «Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados». Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor—». Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios». Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua. Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: «El Señor ha rescatado a su siervo Jacob». Los llevó por la estepa y no pasaron sed: hizo brotar agua de la roca. Exulta, estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate, tú que no tenías dolores de parto: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada.


En Maitines


Lc 1,24-25;57-68;76;80: En aquel tiempo, concibió Isabel, la mujer de Zacarías, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente». A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. Entonces Zacarías, su padre, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos». El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.


En la Liturgia


Rom 13,11-14;14,1-4: Hermanos, comportaos así, reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos. Acoged al débil en la fe, sin discutir sus razonamientos. Hay quienes creen poder comer de todo; otros flaquean y comen verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, no juzgue al que come, pues Dios lo ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar a un criado ajeno? Que se mantenga en pie o que caiga es asunto de su amo; pero se mantendrá en pie, porque el Señor puede sostenerlo.


Lc 1,1-25;57-68;76-80: Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». Zacarías replicó al ángel: «¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada». Respondiendo el ángel, le dijo: «Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno». El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente». A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. Entonces Zacarías, su padre, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz». El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.



Fuente: Arquidiócesis de Buenos Aires y Sudamérica / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia

Domingo de Todos los Santos


El domingo posterior a Pentecostés es dedicado a la conmemoración de todos los Santos, tanto los conocidos por nosotros como los solo conocidos por Dios. Siempre hemos tenido santos que proceden de todos los costados de la tierra. Algunos fueron apóstoles, otros Mártires, otros Profetas, otros Jerarcas, otros Monjes y otros Justos, pero todos fueron perfeccionados por el mismo Espíritu Santo.


El descenso del Espíritu Santo hace que, para nosotros, sea posible levantarnos sobre nuestro estado y obtener santidad siguiendo el mandato del Señor de “sed santos como yo soy santo” (Lev 11:44, I Pe 1:16, etc). Es por eso que el primer domingo después de Pentecostés conmemoramos a todos estos hombres y mujeres.


El origen de esta fiesta se remonta a los primeros años de la Iglesia, cuando era celebrada como el domingo de todos los mártires, y que incluía a todos los hombres y mujeres que habían dado testimonio de Cristo con sus vidas de virtud aun sin haber muerto por Él.


San Pedro de Damasco, en su “Cuarto estado de Contemplación” menciona que existen cinco categorías de santos: los Apóstoles, los Mártires, los Profetas, los Jerarcas y los Justos 


Los himnos para este día hablan de seis categorías: “Regocijaos, asamblea de Apóstoles, de Profetas del Señor, leal coro de Mártires, Jerarcas divinos, Padres Monjes y Justos…”. Algunos santos son descritos como “Confesores”, una categoría que no aparece en la lista anterior. Debido a que son similares en espíritu a los mártires, se los considera como parte de esta categoría. No llegaron a morir como los mártires, pero confesaron con sus cuerpos su fe por Jesucristo y llegaron a casi ser ejecutados por su fe. San Máximo el Confesor es uno de ellos.


Los Apóstoles son mencionados en esta lista debido a que fueron los primeros en predicar el Evangelio al mundo. Los Mártires son conmemorados debido a su ejemplo de coraje al profesar su fe ante los enemigos y perseguidores de la Iglesia. Ellos propiciaron que otros siguieran su ejemplo y permanecieran firmes en la fe de Cristo hasta la muerte.


También celebramos a los Profetas que en el Antiguo Testamento vieron solo las sombras de las cosas que iban a venir, y dieron testimonio de la fe en el único Dios verdadero.


Los santos Jerarcas también son conmemorados hoy: los líderes de sus rebaños enseñaron con palabras y ejemplos a seguir a Cristo. Los santos Justos son aquellos que alcanzaron la santidad de vida viviendo “en este mundo”. Los ejemplos alcanzan a Abrahán y a Sara, a Job, a San Joaquín y a Santa Ana, a San José el Desposado y a muchos otros. Este rango también incluye a los santos Monjes que, dejando el mundo, decidieron vivir en monasterios o en cuevas. No odiaron el mundo, sino que se dedicaron a la oración incesante y a luchar contra el poder del demonio. Pese a que hay gente que cree erróneamente que los monjes son improductivos, San Juan Clímaco dice ciertamente de ellos: “Los ángeles son una luz para los monjes y la vida monástica es una luz para todos los hombres”.


La fiesta de todos los santos alcanzó gran importancia en el siglo IX, durante el reinado del Emperador Bizantino León VI el Sabio (886-911). Su esposa, la santa Emperatriz Teofanía, vivió en el mundo, pero no estuvo apegada a las cosas de este mundo. Fue una gran benefactora de los pobres y muy generosa con los Monasterios. Fue una verdadera madre que se ocupó de las viudas y los huérfanos y consoló a los oprimidos.


Aun antes de la muerte de Santa Teofanía (893), su esposo comenzó a construir una Iglesia, intentando dedicarla a ella, pero ella no lo quiso así. Este Emperador fue quien decretó que este domingo, el primero después de Pentecostés, fuera dedicado a todos los santos, pensando que su esposa era una de estas justas y que Dios seguramente la honraría cuando la fiesta de todos los Santos fuera celebrada.


LECTURAS


En Vísperas


Is 43,9-14: Así dice el Señor: «Que todas las naciones se congreguen y todos los pueblos se reúnan. ¿Quién de entre ellos podría anunciar esto, o proclamar los hechos antiguos? Que presenten sus testigos para justificarse, que los oigan y digan: es verdad. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—, y también mi siervo, al que yo escogí, para que sepáis y creáis y comprendáis que yo soy Dios. Antes de mí no había sido formado ningún dios, ni lo habrá después. Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay salvador. Yo lo anuncié y os salvé; lo anuncié y no hubo entre vosotros dios extranjero. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—: yo soy Dios. Lo soy desde siempre, y nadie se puede liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo? Esto dice el Señor, vuestro libertador, el Santo de Israel».


Sab 3,1-9: La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz. Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.


Sab 5,15-6,3: Los justos viven eternamente, encuentran su recompensa en el Señor y el Altísimo cuida de ellos. Por eso recibirán de manos del Señor la magnífica corona real y la hermosa diadema, pues con su diestra los protegerá y con su brazo los escudará. Tomará la armadura de su celo y armará a la creación para vengarse de sus enemigos. Vestirá la coraza de la justicia, se pondrá como yelmo un juicio sincero; tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su ira inexorable y el universo peleará a su lado contra los necios. Certeras parten ráfagas de rayos; desde las nubes como arco bien tenso, vuelan hacia el blanco. Una catapulta lanzará un furioso pedrisco; las aguas del mar se embravecerán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad. Se levantará contra ellos un viento impetuoso que los aventará como huracán. Así la iniquidad asolará toda la tierra y la maldad derrocará los tronos de los poderosos. Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo.


En Maitines


Mt 28,16-20: En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».


En la Liturgia


Heb 11,33-40;12,1-2: Hermanos, todos los santos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos. Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—, vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra. Y todos estos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido, porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección. En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.


Mt 10,32-33; 37-38; 19,27-30: Dijo el Señor a sus discípulos: «A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».



Fuente: cristianismo-bizantino.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Pentecostés (el Descenso del Espíritu Santo)


El Espíritu que a los pescadores ha convertido en teólogos


La solemnidad de Pentecostés nos lleva a vivir nuevamente el don gratuito del Espíritu Santo, el nacimiento de la Iglesia y nuestra vida en Cristo. Una de las obras de Nicolás Cabásilas, teólogo bizantino del siglo XIV, se titula "La vida en Cristo" y no es otras cosa que un comentario de los sacramentos de iniciación cristiana - Bautismo, Crismación y Eucaristía - y de la consagración del altar, aplicados a la vida del creyente; para cada cristiano, la vida en Cristo, don del Espíritu, nos viene dada por medio de los sacramentos.


En todas las liturgias orientales se subraya, en cada uno de los sacramentos, el papel del Espíritu Santo y, por ello, la importancia de la epíclesis, es decir, de la invocación, en vista a la consagración del pan y del vino y de la santificación del agua y del aceite. Por ello, cada hora de oración en la tradición bizantina comienza con una invocación al Espíritu que está siempre "presente, y en todas partes".


Pentecostés se celebra cincuenta días después de la Pascua, y es una de las fiestas más antiguas del calendario cristiano. Hablan de ella Tertuliano y Orígenes en el siglo III como fiesta anual, y en el siglo IV ésta forma parte del patrimonio teológico y litúrgico de las diversas Iglesias: Egeria indica su celebración en Jerusalén, tenemos además textos de los Padres Capadocios y de otros autores cristianos y, en el siglo VI, diversos kontákia de Román el Melódico.


El oficio propone repetidamente el tema de la renovación, del cambio operado en el corazón de los hombres: "El Espíritu santo hace brotar las profecías, ordena a los sacerdotes, ha enseñado la sabiduría a los iletrados, ha convertido teólogos a los pecadores, tiene firme todo armónico ordenamiento de la Iglesia".


En las Vísperas encontramos diversas confesiones trinitarias: Pentecostés, de hecho, es una teofanía sobretodo trinitaria y nunca la contemplación de una de las Personas de la Santa Trinidad puede olvidar el misterio que en ella se esconde: "Santo Dio, que has creado todo mediante el Hijo, con la sinergia del santo Espíritu; Santo fuerte, por el cual hemos conocido el Padre y por el cual el Espíritu ha venido al mundo; Santo inmortal, oh Espíritu Paráclito, que del Padre procedes y en el Hijo reposas. Trinidad Santa, gloria a ti". Y además: "Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu celeste, hemos encontrado la fe verdadera, adorando la indivisible Trinidad..." texto que pasará a la Divina Liturgia justo después de la comunión, subrayando el nexo entre Pentecostés, el don del Espíritu y la Eucaristía.


El don del Espíritu que renueva a los discípulos, que renueva a toda la Iglesia, viene subrayado también por el tropario de la fiesta: "Bendito eres tú, Cristo Dios nuestro: tú has convertido en sabios a los pescadores, enviándoles el Espíritu Santo, y por medio de ellos ha recogido en la red al universo. Amigo de los hombres, gloria a ti".


En la liturgia del día resplandecen las tres grandes plegarias de las genuflexiones hechas el domingo en las vísperas, incluso celebrada sin solución de continuidad al final de la Divina Liturgia. En la liturgia del día resplandecen las tres grandes plegarias de las genuflexiones hechas en el oficio de Vísperas del Domingo, que a veces es celebrado al final de la Divina Liturgia.


Se trata de tres plegarias que tienen casi la forma de prefacios litúrgicos donde se evoca el misterio de Dios y todo lo que Él ha hecho por la redención del hombre: "Señor inmaculado, incorruptible, infinito, invisible, inaccesible, inexpresable, inmutable, inconmensurable, inmortal, Dios Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos, tomó carne por el Espíritu de la Virgen María, da a tu pueblo la plenitud de tu amor, santifícanos por el poder de tu brazo ".


Estas plegarias son recitadas de rodillas no tanto por un carácter penitencial, sino para indicar el momento de la invocación y de la acogida del Espíritu Santo. La celebración de Pentecostés como Teofanía Trinitaria subraya que hoy el don del Espíritu a la Iglesia y a cada cristiano es un don a todo el pueblo de Dios; los Hechos de los Apóstoles (2, 4) dicen que todos estaban llenos del Espíritu Santo, y de hecho todos los bautizados nos convertimos en pneumatofori, es decir, portadores del Espíritu.


El don del Espíritu es un don de unidad; los Hechos de los Apóstoles enfatizan la unidad entre los creyentes, Pentecostés es vista como la contrapunto de la torre de Babel porque el Espíritu Santo porta unidad y nos hace capaces de hablar una sola voz. El don del Espíritu es también un don de diversidad: las lenguas de fuego descendieron sobre cada uno de los presentes; Pentecostés, de hecho, no abole la diversidad sino que hace que esa diversidad - y ser nosotros mismos como somos, y con sus particularidades - deja de ser motivo de separación.


Finalmente el icono de Pentecostés. Es un icono litúrgico; los Apóstoles están reunidos como en la celebración litúrgica, en torno al trono vacío, preparado para Cristo. La presencia de Pedro y Pablo indica la presencia de toda la Iglesia congregada por el Espíritu. Ella nace en una situación de profunda comunión entre los apóstoles, en un contexto en el cual debería manar también la comunión para toda la Iglesia, para todo el mundo.


Manuel Nin, L’Osservatore Romano, 31 de Mayo de 2009

Traducción del original italiano: Salvador Aguilera López


LECTURAS


En Vísperas


Núm 11,16-17;24-29: Dijo el Señor a Moisés: «Tráeme setenta ancianos de Israel, de los que te conste que son ancianos servidores del pueblo, llévalos a la Tienda del Encuentro y que esperen allá contigo. Bajaré a hablar contigo y apartaré una parte del espíritu que posees y se la pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo». Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta ancianos y los colocó alrededor de la tienda. El Señor bajó en la Nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. En cuanto se posó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar. Pero no volvieron a hacerlo. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque eran de los designados, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento». Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino: «Señor mío, Moisés, prohíbeselo». Moisés le respondió: «¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!».


Jl 2,23-3,5: Así dice el Señor: «Hijos de Sión, gozaos y alegraos en el Señor vuestro Dios, pues os da la lluvia temprana en su momento, y os envía el agua: la temprana y la de primavera en el primer mes. Se llenarán las eras de grano, los lagares rebosarán de mosto y aceite. Les daré el doble del bienestar que se llevó el saltón, la caballeta, el saltamontes y la langosta, mi gran ejército que envié contra ellos. Comeréis y os hartaréis, y alabaréis el nombre del Señor vuestro Dios, que actuó con vosotros con tantas maravillas. Y mi pueblo no tendrá que avergonzarse nunca más. Reconoceréis que yo estoy en medio de Israel, que yo soy el Señor vuestro Dios y que no hay otro. Y mi pueblo no tendrá que avergonzarse nunca más». Después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Incluso sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días. Pondré señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, la luna, en sangre ante el Día del Señor que llega, grande y terrible. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Habrá supervivientes en el monte Sión, como lo dijo el Señor, y también en Jerusalén entre el resto que el Señor convocará.


Ez 36,24-28: Así dice el Señor: «Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios».


En Maitines


Jn 20,19-23: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


En la Liturgia


Hch 2,1-11: Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».


Jn 7,37-52;8,12: El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”». Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. Algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Este es de verdad el profeta». Otros decían: «Este es el Mesías». Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?». Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: «¿Por qué no lo habéis traído?». Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Los fariseos les replicaron: «¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos». Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?». Ellos le replicaron: «¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas». Jesús les habló de nuevo diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».



Fuente: lexorandies.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española